A Change is gonna come

Por Héctor Martínez

Como cantaba Sam Cooke, se avecinan cambios… y serán a todos los niveles: en la forma de socializar, en la forma de trabajar, en la forma de viajar… Quizá, estos cambios  sean tan profundos que no seamos ni siquiera capaces de imaginar cómo  va a ser nuestra vida en los próximos años.

 

Pero a pesar  de la vorágine de funestos vaticinios y predicciones aciagas que nos rodean, quiero, sin caer en la complacencia,  transmitir un mensaje de optimismo y de esperanza.

 

Si hablamos del blues y de su historia nos encontramos con que es una música que surgió de una de las mayores desgracias que ha sufrido la especie humana: el tráfico de esclavos de los siglos XVI al XIX que supuso el secuestro, desplazamiento forzoso y trabajo forzoso de más de 20 millones de personas. Una empresa que se llevó a cabo de forma premeditada, con la connivencia de todos los estamentos sociales y de la que participaron todos los países, como proveedores, como mercaderes o como receptores de esclavos.

 

Posteriormente, el pueblo del blues se tuvo que enfrentar a acontecimientos tan terribles como la guerra (la de Secesión Americana, las dos Guerras Mundiales, Corea…), la crisis económica (el crack de 29 y la Gran Recesión), las catástrofes naturales (tornados, inundaciones, huracanes), la enfermedad (las epidemias de gripe de 1918 y 1929 o la de meningitis de 1930) o el hambre.

 

Cada golpe de este tipo ha machacado a la gente y especialmente a los más vulnerables,  apuntalando el blues como la voz de los que sufrían. Esto no quiere decir que para que exista el blues tenga que haber sufrimiento, pero no podemos negar que en los momentos difíciles es cuando la creatividad florece con mayor vigor y a veces la música es el único o el mejor medio para expresar ese sufrimiento que se padece. Es por ello, que mientras siga existiendo el ser humano, prevalecerá esa necesidad de  transmitir y expresar lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, lo feliz y lo triste, que le rodea. Y lo hará con el blues, con la música o con cualquier otra forma de expresión artística. Por todo ello es preciso afirmar que esta crisis, o cualquiera otra que nos quiera azotar,  no va a acabar con el blues, la música o, en definitiva,  el arte.

 

Ahora bien, ¿podemos decir lo mismo de la manera en la que la música es consumida? Aquí entramos en el terreno material y nos alejamos de los conceptos abstractos de arte y música. Hablamos de la comida y del sustento de los que han elegido trabajar como artistas y dedicar su vida a explorar y transmitir el blues.

 

No debemos olvidar, que el arte siempre se ha servido de mecenas. Antiguamente eran los poderosos, las élites, quienes asumían esa tarea buscando el reconocimiento de la población o la transmisión de una idea religiosa o política. Pensemos en las odas épicas, en los cuadros y tapices cortesanos, en las esculturas ecuestres, en la música sacra, etc.

 

Ahora bien, el acceso al arte por parte del resto de la población, lo que podríamos denominar como la explosión del arte popular, ha supuesto que se reduzca el mecenazgo de las clases dirigentes y que todos y cada uno de nosotros nos hayamos convertido en micromecenas.

 

Podemos exigir que el ente público apoye a la cultura, ejerciendo su función de mecenas mediante subvenciones o ayudas, pero si lo dejamos todo en sus manos corremos el riesgo de perder la independencia y autenticidad del artista, pues al final, quien paga, manda.

 

Es, por tanto, responsabilidad de cada uno de nosotros, mediante nuestro compromiso personal, el apoyar a los artistas. Debemos ser nosotros quienes tomemos la iniciativa. Cada uno dentro de nuestras posibilidades, y más en una situación como la actual, pero siendo conscientes de que cuando pagamos una entrada para un concierto, compramos un disco o colaboramos con iniciativas en apoyo de la música, estamos contribuyendo a que el blues, y por ende la cultura, sigan vivos.

 

Imaginemos nuevas formas de asegurar la pervivencia de la música  y  creemos un nuevo futuro para el blues.

 

Hector Martínez (Fuenlabrada, 1980) ha escrito docenas de artículos monográficos entrados en la historia del blues. Su reciente obra «Comer y cantar. Soul Food & Blues» lo relaciona con la cocina sureña de EEUU. Como músico fue durante años armonicista de The Forty Nighters. Ha sido galardonado como el mejor libro de comida americana publicado en España y uno de los cinco mejores del mundo por los prestigiosos Gourmand World Cookbook Awards.

Fotografía de Susana Vicente Galende
Fotografía de Susana Vicente Galende

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