Las dos noches del primer Festival Internacional de Blues de Moratalaz (21 y 22 de septiembre) organizado por la Moratalaz Blues Factory, abrieron nuestros sentidos no sólo a la música blues, soul, jazz, boogie, funk y rock, sino al aroma fresco de la flor de lavanda, la contemplación de una luna exultante sobre escenario, la sorpresa en los ojos de los niños del barrio, la amplitud del espacio del Parque de la Cuña Verde (¡verde!) y la panorámica de uno de los skyline más hermosos y privilegiados de Madrid. Más de 4.000 personas estuvieron allí. Y todo eso GRATIS.
En la primera tarde noche, Shanna Waterstown abrió el Festival, rompiendo con la negrura de esta pantera y ritmo trepidante y contagioso apoyado en los colores que aporta su banda europea (Gilles Fégeant, un virtuoso de la guitarra, el extraordinario bajo Mino Berlano y el simpar batería Gianpaolo Feola… Tres musicazos). Es una pedazo de mujer del blues y soul y le debemos que nos haya dejado una de las interpretaciones más sentidas de If you love me like you say y The thrill is gone.
A continuación llegó Lluís Coloma Trío y conquistó a todos los asistentes. Primero por el increíble nivel de dos músicos capitaneados por Lluís como son Manolo Germán al contrabajo y Marc Ruiz a la batería. Lo de este trío no es tocar, no es interpretar, es crear una atmósfera especial, única, lograr una conexión con el público en su actuación que desarma a cualquiera. Parece increíble que sin vocalista sea posible alcanzar tal complicidad; pues señores, este trío lo consigue. Qué nivel, qué simpatía, qué autenticidad, qué sonrisa y, sobre todo, qué sincronía entre ellos. Qué manera de improvisar desde el control de sus instrumentos y qué acierto de la Moratalaz Blues Factory traerles para nuestro disfrute. Así uno se entrega, lo hace de por vida y cae rendido ante el Boogie Woogie del Lluís Coloma Trío. No destaco ninguna pieza porque todas fueron memorables. Escuchen y compren sus discos.
La noche la cerró Mitch Woods, presentado por el propio Lluís Coloma, lo que nos regaló uno de los momentos irrepetibles de la vida (que no de la noche). Y es que tocaron a cuatro manos el Yamaha de cola (un piano que echaba humo), con escorzos, intercambio de asientos y cabriolas dignas de dos trapecistas de Boogie Woogie y el Rythm and Blues de Nueva Orleans.
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