¿Volver a los felices años sesenta?

Por Álvaro Alonso (crítico musical de ABC Cultural)

Antes de Woodstock, mucho antes, hubo un momento en nuestra historia reciente de explosión juvenil que contagió a toda la población, de arriba a abajo. Todo comenzó algo antes, a partir de la primera explosión juvenil en 1955 cuando la radio comenzó a difundir la semilla del pecado en forma de rock & roll. En ese breve espacio de tiempo, apenas cinco años, hubo un contagio de alegría que con la llegada de The Beatles en su desembarco americano se convirtió en una ola de felicidad contagiosa imparable, definitiva.

 

Hemos perdido mucho de esa alegría de vivir por el camino, un desencanto que tiene varios hitos, Vietnam, el asesinato de Kennedy, el de John Lennon, la muerte del formato físico del vinilo, el inesperado ascenso exponencial de los beneficios en las grandes compañías de discos con la aparición del cedé. Esto llevó a un derroche y una falta de estética cuando no de ética en la segunda mitad de los noventa, cuando, literalmente, como me reconoció un alto directivo, “ocultábamos los datos a Londres. No podían saber que habíamos facturado todos esos millones. Al año siguiente nos pedirían más”.

 

Al llegar el año cero del nuevo siglo, Napster y luego otras plataformas más sofisticadas hicieron que las descargas fueran el alimento de la sed insaciable de los melómanos. Todos los discos al alcance de la mano. ¡Gratis! Alguien vio que el negocio se venía abajo, uno de los primeros, en nuestro entorno, los dueños de tiendas de discos como Madrid Rock o Discoplay. Y vendieron rápidamente. Nadie o casi nadie se acuerda ya de esas tiendas, o de Tower Records, que solo sobrevive en lugares tan peculiares como Japón. De puntilla en puntilla y tiro porque me toca, llegó el streaming y, con él, el “no es gratis pero casi”: al autor le pago una mierda y tú, por ser tú, pagas un premium que te permite lo nunca visto: a un click, te vas al lugar más oscuro de la música popular o a la más reciente novedad. Youtube, “ese gran tocadiscos moderno”, en palabras de Neil Young, te trae todos los contenidos en abierto, gratis, solo tienes que sufrir una avalancha creciente de anuncios hasta la preocupación. ¿Habrá un youtube “premium” a la vuelta de la esquina? Pero no nos desviemos, todo esto con myspace, bandstand, y las páginas web de las disqueras y los artistas, operaron en una democratización de efectos progresivos en la manera en la que hemos ido consumiendo música, relacionándonos con ella. Surgió entonces una solución al desgaste económico para algo que era, y es, imparable, como es la creación musical. Llegaron los festivales, medianos, grandes y más chicos. Allegados son iguales, decimos ahora, los que viven de sus manos, y los más ricos. Nuestros conciertos son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. ¿Y ahora, qué? Se había puesto el dinero y el acento en los conciertos, en la música en directo, lo que había generado una vía de supervivencia para una industria, la discográfica, en camino de extinción, atrayendo a otros sectores que estaban escuálidos y que veían incrementar sus ganancias y, por lo tanto, su capacidad de contratación.

 

El apagón de música en directo, al menos hasta el otoño, dependiendo de la zona geográfica y de la gestión de la pandemia según qué países lleva a replantearse el futuro. Como me eduqué escribiendo una tesis sobre Gramsci, no me atrevo a traicionarlo, puesto que al filólogo-político sardo no le gustaba nada hacer de adivinador ni de socialista utópico, ni en positivo ni en negativo. Tal vez prefiera ahora ponerme al lado de su querido Hegel, sobrevolando desde arriba: veremos cómo la humanidad va encaminada hacia la libertad, porque es esa la resolución del espíritu absoluto. O sea, que saldremos de esta con ingenio, con astucia, inventando, desenfrenadamente, como un glorioso polvo. Si dejamos, otra vez, que sea la juventud quienes nos contagien. Volverán las oscuras golondrinas y volveremos a instaurar una felicidad de nuevo cuño, que no me atrevo a describir, pero sí a soñar. Esa juventud que hemos encerrado a cal y canto y que está a punto de estallar.

 

El periodista musical Álvaro Alonso (Murcia, 1965) ha publicado recientemente la biografía «Hilario Camacho. El trovador de Chamberí» (Sílex, 2020). Es autor también de Gene Clark. Vuela hacia el sol (Lenoir Ediciones), publicado en 2018.

Álvaro Alonso

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