Paisaje musical después de la batalla

Por Miguel López

Todo ha cambiado en los pocos meses transcurridos de 2020. Se agolpan las incógnitas sobre la nueva realidad que dominará esta gota de polvo cósmico habitada por unos 7.600 millones de seres humanos, azotados por un bichito que devuelve a la humanidad hasta un temor cercano al que creía superado en su época de las cavernas.

 

La civilización, la ciencia, los imperios, las religiones, las ideologías, la salud global, el poder, los fundamentos económicos o el futuro ya no son lo que eran. Todo ha dejado de ser lo que parecía inmutable hasta ayer. La pandemia se ha elevado como un tsunami incontrolable y ahora solo cabe imaginar el paisaje que quedará después de la batalla. Lo único que es seguro es que ese paisaje tendrá música.

 

¿Cómo será esa música tras el espanto presente? Qui lo sa. Muchos contemplan la música como un negocio, una industria, un sector relevante dentro de las actividades culturales, miles de trabajos y un porcentaje nada desdeñable del PIB; para otros, la música es una forma de vida, una manera de entender el sentido humano y gozarlo, y otros muchos saben que es idéntica al aire o al agua: absolutamente necesaria para salir de la cama por las mañanas.

 

La música es todo eso y mucho más. Miles de personas han apostado su existencia al sueño musical y son carne de cañón en la trinchera que padece hoy la némesis de la incertidumbre más lacerante; otros millones de melómanos no comen de los sonidos, pero imbrican su latido diario en el goce musical, sea en conciertos o en la privacidad hogareña junto a sus vinilos, de forma que no entienden su devenir sin ella. Unos necesitan a otros y todos necesitan la música.

 

Shakespeare dijo que el pasado es un prólogo. También escribió: “Si la música es el alimento del amor, seguid tocando; / dádmela en demasía para que, con hartazgo, / me asquee al apetito y así muera”. El paisaje después de esta batalla se dibujará con fabricantes de belleza musical y consumidores de armonías. Se superarán los desafíos y la música sobrevivirá a una identidad arrasada. Nos lo dijo Luis Eduardo Aute: “Miro el instante que ha fijado la fotografía. Nada queda en ese trozo de papel, todo es alquimia. Veo que es la prueba más veraz de que todo es mentira. Esos rostros ya no llevan nuestros nombres, son dos máscaras perdidas en la noche… Pero queda la música”.

 

Miguel López lleva un tercio de siglo dedicado al periodismo. Ha publicado libros sobre Van Morrison, Tom Waits, The Band y Francis Ford Coppola. Con experiencia en radio, televisión y prensa escrita, es guionista del Documental Cantata de la Guerra Civil.

Fotografía de Ana Hortelano

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies