¿Un oficio innecesario?

Por Manuel López Poy

«Soñé que ganaba tanto dinero que no sabía que hacer con él / Pero sólo fue un sueño, Señor, ¡Menudo sueño! / ahora, al despertarme, pequeña, no encuentro ni un centavo» Llevaba dos meses dándole vueltas a aquel tema de Big Bill Broonzy. «Sólo un sueño» le pareció un título magnífico para tratar de arrancarle un blues a aquella pandemia que había forzado su encierro doméstico, pero no era fácil sustraerse al desasosiego general y acabó por dejarlo correr. Decidió que lo mejor era tratar de capear el temporal evitando darle demasiadas vueltas a un problema que se escapaba completamente de su control.

 

Lo que peor llevaba era estar encerrado en casa. Al fin y al cabo, él era un animal de la noche, que era su hábitat natural, su lugar de trabajo, y su vida transcurría mayoritariamente en los bares y locales en los que trataba de ganarse la vida. Lo de no tener ni un euro lo llevaba con cierto desapego, al fin y al cabo, así era como vivía desde hacía años. Esta vez había que forzar un poco más los agujeros del cinturón a la espera de que le permitiesen volver a tocar o incluso que, por una vez, las promesas de ayuda oficial se acercasen mínimamente a la verdad. Entretanto, el aplauso, ese gratuito estímulo que engorda el ego pero no alimenta el cuerpo, le siguió llegando con puntualidad.

 

Él, como muchos artistas aquellos días, se refugió en aquella frase de Winston Churchill que decía que la cultura era la mejor razón para ganar la guerra, o algo así. Y al fin y al cabo, todos los mediodías algún miembro del gobierno escoltado por dos tipos de uniforme, afirmaba que aquello era una guerra que ganaríamos entre todos. Así que aportó su granito de arena con algunos conciertos on line, tratando hacer pasar por normal la absoluta anormalidad de tocar solo en el salón de su casa mientras comprobaba en la pantalla del ordenador como un público de conocidos y desconocidos le saluda con emoticonos.

 

Incluso creó una canción para los héroes de la batas azules, los uniformes blancos y los trajes reflectantes que peleaban en las trincheras de los hospitales, los servicios de emergencia, los supermercados o las residencia de ancianos. Nada del otro mundo, cuatro versos para salir del paso, pero algunos de aquellos héroes y sus parientes y amigos le dieron las gracias con un punto emocionado. Quiso creer que todo aquello había servido para algo y cuando llegó el ansiado día del desconfinamiento, salió con el blues de Big Bill Broonzy martilleándole la cabeza y cruzando los dedos para que su título se convirtiese en realidad.

 

Pero no hizo falta que pasasen muchos días para que el sueño revelase su otra cara, la de la pesadilla en la que los músicos se vieron atrapados por la falta de locales en los que actuar y la tierra de nadie en la que se movían profesionalmente, como pudo comprobar cuando fue a solicitar las prometidas ayudas y un tipo con cara de aburrido, parapetado detrás de su ignorancia, probablemente el mismo tipo que por las tardes se paraba a escucharlo para matar el tedio y aferrarse a la esperanza de la normalidad, compuso una sonrisa resignada y le dijo: «Tienes que entenderlo, vienen tiempos muy duros… y al fin y al cabo, nadie necesita la música para sobrevivir.»

 

Manuel es autor, entre otras obras, de «Camino a la libertad. Historia social del Blues», «Todo Blues», «Entre el cielo y el infierno» y «Los días azules». Todas ellas centradas en el mundo del Blues.

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